Gloria Constantino Fotos 13
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La presentadora de Telemérida, Mar de las Heras, ha reconocido a través de un comunicado enviado a varios medios y al Periódico de Extremdaura que las fotos realizadas con la edil de Hacienda, Gloria Constantino, son reales. Además, explica que fueron hechas bajo coacción del propietario de la televisión, Ángel Acedo, hermano del alcalde de la ciudad.
Cuando ascendió al trono a los 23 años en 1964, el joven monarca, quien ya había alcanzado la gloria como campeón olímpico de vela, era inmensamente popular. Pero en cuestión de un año había perdido buena parte de ese apoyo debido a su participación activa en la maquinación que puso fin al gobierno de elección popular de la Unión de Centro del primer ministro Yorgos Papandréu.
El símbolo niceno-constantinopolitano es un símbolo de la fe, una declaración dogmática de los contenidos de la fe cristiana, promulgada en el Concilio de Nicea I (325) y ampliado en el Concilio de Constantinopla (381). El objeto del credo niceno fue consensuar una definición de los dogmas de la fe cristiana, impedida hasta entonces por la escasa institucionalización y las fuertes variantes regionales. El principal adversario de la doctrina nicena fue el arrianismo, corriente teológica liderada por el sacerdote norteafricano Arrio, quien no quiso aceptar que Jesucristo era Dios mismo (concepto de Trinidad) como propuso interpretar el teólogo Atanasio en el Concilio de Nicea I; otros problemas teológicos, en especial trinitarios, no se resolverían hasta el Primer Concilio de Constantinopla, cuando el carácter divino del Espíritu Santo se afirmó definitivamente.
La versión ampliada del símbolo niceno dictada en el Concilio de Constantinopla I (381), que se denomina símbolo niceno-constantinopolitano, surgió por la necesidad de la Iglesia de establecer claramente lo que debe creer cualquier bautizado sobre el Espíritu Santo, y en contra de las ideas heréticas de ese momento.
El credo niceno-constantinopolitano, símbolo de la fe, es aceptado por la Iglesia católica, las Iglesias ortodoxas bizantinas, las Iglesias ortodoxas orientales, la Iglesia del Oriente (actualmente dividida en Iglesia asiria del Oriente y Antigua Iglesia del Oriente), la anglicana, y la mayoría de las Iglesias protestantes.
Para la gran mayoría de las denominaciones cristianas, el credo niceno-constantinopolitano constituye una base central e incontrovertible de la fe. La profesión del mismo es parte de la celebración católica y ortodoxa de la misa, y forma parte de la prédica de la mayoría de las iglesias protestantes; el Acuerdo de Lausana de 1974 lo incluyó como base de la práctica evangélica.
6. Ante este panorama de nuevas situaciones y sus consiguientes interrogantes, parece necesario más que nunca recuperar las motivaciones doctrinales profundas que son la base del precepto eclesial, para que todos los fieles vean muy claro el valor irrenunciable del domingo en la vida cristiana. Actuando así nos situamos en la perenne tradición de la Iglesia, recordada firmemente por el Concilio Vaticano II al enseñar que, en el domingo, « los fieles deben reunirse en asamblea a fin de que, escuchando la Palabra de Dios y participando en la Eucaristía, hagan memoria de la pasión, resurrección y gloria del Señor Jesús y den gracias a Dios que los ha regenerado para una esperanza viva por medio de la resurrección de Jesucristo de entre los muertos (cf. 1 P 1,3) »[8].
8. En la experiencia cristiana el domingo es ante todo una fiesta pascual, iluminada totalmente por la gloria de Cristo resucitado. Es la celebración de la « nueva creación ». Pero precisamente este aspecto, si se comprende profundamente, es inseparable del mensaje que la Escritura, desde sus primeras páginas, nos ofrece sobre el designio de Dios en la creación del mundo. En efecto, si es verdad que el Verbo se hizo carne en la « plenitud de los tiempos » (Ga 4,4), no es menos verdad que, gracias a su mismo misterio de Hijo eterno del Padre, es origen y fin del universo. Lo afirma Juan en el prólogo de su Evangelio: « Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho » (1,3). Lo subraya también Pablo al escribir a los Colosenses: « Por medio de él fueron creadas todas las cosas: celestes y terrestres, visibles e invisibles [...]; todo fue creado por él y para él » (1,16). Esta presencia activa del Hijo en la obra creadora de Dios se reveló plenamente en el misterio pascual en el que Cristo, resucitando « de entre los muertos: el primero de todos » (1 Co 15,20), inauguró la nueva creación e inició el proceso que él mismo llevaría a término en el momento de su retorno glorioso, « cuando devuelve a Dios Padre su reino [...], y así Dios lo será todo para todos » (1 Co 15,24.28).
12. En el designio del Creador hay una distinción, pero también una relación íntima entre el orden de la creación y el de la salvación. Ya lo subraya el Antiguo Testamento cuando pone el mandamiento relativo al « shabbat » respecto no sólo al misterioso « descanso » de Dios después de los días de su acción creadora (cf. Ex 20,8-11), sino también a la salvación ofrecida por él a Israel para liberarlo de la esclavitud de Egipto (cf. Dt 5,12-15). El Dios que descansa el séptimo día gozando por su creación es el mismo que manifiesta su gloria liberando a sus hijos de la opresión del faraón. En uno y otro caso se podría decir, según una imagen querida por los profetas, que él se manifiesta como el esposo ante su esposa (cf. Os 2,16-24; Jr 2,2; Is 54,4-8).
18. Dado que el tercer mandamiento depende esencialmente del recuerdo de las obras salvíficas de Dios, los cristianos, percibiendo la originalidad del tiempo nuevo y definitivo inaugurado por Cristo, han asumido como festivo el primer día después del sábado, porque en él tuvo lugar la resurrección del Señor. En efecto, el misterio pascual de Cristo es la revelación plena del misterio de los orígenes, el vértice de la historia de la salvación y la anticipación del fin escatológico del mundo. Lo que Dios obró en la creación y lo que hizo por su pueblo en el Éxodo encontró en la muerte y resurrección de Cristo su cumplimiento, aunque la realización definitiva se descubrirá sólo en la parusía con su venida gloriosa. En él se realiza plenamente el sentido « espiritual » del sábado, como subraya san Gregorio Magno: « Nosotros consideramos como verdadero sábado la persona de nuestro Redentor, Nuestro Señor Jesucristo »[14]. Por esto, el gozo con el que Dios contempla la creación, hecha de la nada en el primer sábado de la humanidad, está ya expresado por el gozo con el que Cristo, el domingo de Pascua, se apareció a los suyos llevándoles el don de la paz y del Espíritu (cf. Jn 20,19-23). En efecto, en el misterio pascual la condición humana y con ella toda la creación, « que gime y sufre hasta hoy los dolores de parto » (Rm 8,22), ha conocido su nuevo « éxodo » hacia la libertad de los hijos de Dios que pueden exclamar, con Cristo, « ¡Abbá, Padre! » (Rm 8,15; Ga 4,6). A la luz de este misterio, el sentido del precepto veterotestamentario sobre el día del Señor es recuperado, integrado y revelado plenamente en la gloria que brilla en el rostro de Cristo resucitado (cf. 2 Co 4,6). Del « sábado » se pasa al « primer día después del sábado »; del séptimo día al primer día: el dies Domini se convierte en el dies Christi!
27. En esta perspectiva cristocéntrica se comprende otro valor simbólico que la reflexión creyente y la práctica pastoral dieron al día del Señor. En efecto, una aguda intuición pastoral sugirió a la Iglesia cristianizar, para el domingo, el contenido del « día del sol », expresión con la que los romanos denominaban este día y que aún hoy aparece en algunas lenguas contemporáneas[29], apartando a los fieles de la seducción de los cultos que divinizaban el sol y orientando la celebración de este día hacia Cristo, verdadero « sol » de la humanidad. San Justino, escribiendo a los paganos, utiliza la terminología corriente para señalar que los cristianos hacían su reunión « en el día llamado del sol »[30], pero la referencia a esta expresión tiene ya para los creyentes un sentido nuevo, perfectamente evangélico[31]. En efecto, Cristo es la luz del mundo (cf. Jn 9,5; cf. también 1,4-5.9), y el día conmemorativo de su resurrección es el reflejo perenne, en la sucesión semanal del tiempo, de esta epifanía de su gloria. El tema del domingo como día iluminado por el triunfo de Cristo resucitado encuentra un eco en la Liturgia de las Horas[32] y tiene un particular énfasis en la vigilia nocturna que en las liturgias orientales prepara e introduce el domingo. Al reunirse en este día la Iglesia hace suyo, de generación en generación, el asombro de Zacarías cuando dirige su mirada hacia Cristo anunciándolo como el « sol que nace de lo alto para iluminar a los que viven en tinieblas y en sombras de muerte » (Lc 1,78-79), y vibra en sintonía con la alegría experimentada por Simeón al tomar en brazos al Niño divino venido como « luz para alumbrar a las naciones » (Lc 2,32).
37. En la perspectiva del camino de la Iglesia en el tiempo, la referencia a la resurrección de Cristo y el ritmo semanal de esta solemne conmemoración ayudan a recordar el carácter peregrino y la dimensión escatológica del Pueblo de Dios. En efecto, de domingo en domingo, la Iglesia se encamina hacia el último « día del Señor », el domingo que no tiene fin. En realidad, la espera de la venida de Cristo forma parte del misterio mismo de la Iglesia[55] y se hace visible en cada celebración eucarística. Pero el día del Señor, al recordar de manera concreta la gloria de Cristo resucitado, evoca también con mayor intensidad la gloria futura de su « retorno ». Esto hace del domingo el día en el que la Iglesia, manifestando más claramente su carácter « esponsal », anticipa de algún modo la realidad escatológica de la Jerusalén celestial. Al reunir a sus hijos en la asamblea eucarística y educarlos para la espera del « divino Esposo », la Iglesia hace como un « ejercicio del deseo »[56], en el que prueba el gozo de los nuevos cielos y de la nueva tierra, cuando la ciudad santa, la nueva Jerusalén, bajará del cielo, de junto a Dios, « engalanada como una novia ataviada para su esposo » (Ap 21,2). 2b1af7f3a8